TESTIMONIO VOCACIONAL
A la parròquia de Betim, Brasil
Soy Gracia Navarro, carmelita
misionera, valenciana, universal de corazón, por vocación. Vivo en la comunidad
de las carmelitas misioneras del Prat.
¿Una misionera en el Prat?
Si, una misionera con el
espíritu contemplativo del Carmelo, que ya ha dado algunas vueltas por el
mundo. Salí muy joven donde vivía con mi
familia en Barcelona para unirme a la familia más grande del Carmelo Misionero.
Me atraía descubrir nuevos horizontes, aprender, servir, enseñar, vivir feliz
dándolo todo y dándome a todos, por Jesús. Tuve que truncar mis estudios
universitarios porque la fuerza del amor era más grande que el deseo de
terminar la carrera.
Me imaginé que mi vida por este
camino se desenvolvería muy lejos de nuestra tierra, por ser misioneras, pero
no fue así. Las hermanas trabajaban en proyectos de solidaridad, también
oraban, vivían en comunidad, felices, unidas. A lo largo de los años he ido
descubriendo un mundo maravilloso de servicio y entrega a Cristo y a la Iglesia
en Barcelona, Murcia, Castilla, San Sebastián, Ibiza, que han sido mis espacios
de misión.
Jesús siempre nos reserva
sorpresas, nuevos lanzamientos que me llevaron a conocer otras realidades, que
os quiero compartir, donde pude valorar
y apreciar la propia vida, los dones personales, la llamada de Dios sin
merecerlo, mi propia familia que tuvo que aceptar el sacrificio de nuestra
separación. Esas realidades las descubrí a muchos kilómetros de Europa.
Surgió una necesidad en el continente de América, donde tenemos un gran número de comunidades de carmelitas misioneras. Hermanas que lejos de los orígenes de la congregación, Catalunya, deseaban compartir la vida y misión con algunas de nosotras, de este otro lado del mundo. Y sorprendentemente me propusieron a mí, en diferentes etapas recorrer algunos lugares comenzando por Argentina, Chile, Colombia y Brasil. SALIR es una de las claves de la vocación misionera. Ir más allá. La propuesta fue para reforzar y compartir la espiritualidad de nuestro Fundador, F. Palau, la realidad fue que para ello me integré en la vida de las personas a las que las hermanas atendían. Familias viviendo en favelas con muchas necesidades de todo tipo, no solo materiales sino de escucha y de apoyo. Fui para ayudar y fui yo la ayudada. Conocí poblados y la misión en Buenos Aires, en el Colegio de Wilde, en Lo Prado y San Fernando de Chile, en la Ciudad de Dios de Bogotá, el Carmelo de Sabaneta en Medellín y las familias de Betim y Guarulhos de Brasil. Madre mía, ¡qué realidades! Gente muy sencilla, con problemas muy serios, de pobreza, de enfermedades, culturas donde la desigualdad es extrema, pero con una sonrisa y acogida inexplicable, con palabras de agradecimiento por haber ido a compartir con ellos. Sus vidas importan. A nosotros, al mundo entero y a Dios. Vamos por amor y recibimos mucho más amor del que damos y de este modo vi cómo crecía mi fe y el sentimiento de tener lo inmerecido, ya que ellos no se quejaban de Dios, ni de sus problemas. Sólo tenemos lo que damos. Compartimos el ánimo que recibimos de Dios. El mundo está como está, pero es posible ser feliz en la entrega, sea cual sea el servicio, eso es ser misionero. Todo lo que podemos hacer es muy poco, pequeño, pero lo que Dios puede hacer con nuestro poco, es muy grande. En Jesús he encontrado la respuesta a mi sed de felicidad. Y ahora aquí en el Prat, seré feliz, estando también a vuestro servicio, porque es Él quien nos envía.
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