Feb 1, 2021
OMPRESS-MADAGASCAR
(1-02-21) “El albañil de Dios”, el padre Pedro Opeka es misionero en Madagascar
desde hace casi 50 años. En diálogo con el portal Ser Argentino, una entrevista
recogida por AICA, el sacerdote comentó sus experiencias de misión en Akamasoa.
La labor de este misionero vicentino es muy conocida en el mundo, el mismo Papa
Francisco se acercó a la “Ciudad de la amistad” de Akamasoa, en su viaje
apostólico al país en 2019.
“Mi
partida de Argentina no fue una huída al África sino una aventura humana y
espiritual con ida, y sin vuelta, en aquel momento ¡Por eso lloré cuando salí y
dejé el país! Dios quiso que vuelva a visitar Argentina porque el progreso
tecnológico lo ha permitido”, explica el misionero. Tras medio siglo de
presencia en Madagascar, Opeka que “aquí he visto la vida en su gran
simplicidad desde el nacimiento hasta la muerte. Aquí había mucha solidaridad
en los setenta. Aprendí que la vida cuando más es simple, más feliz se vive.
Sin embargo, hay que tener un mínimo necesario para poder vivir adecuada y
dignamente. He visto muchos dramas, la muerte estaba siempre presente. Aquí la
vida es una mezcla de alegría y de tristeza. Y hay que alegrarse con los que
están felices, y llorar con los que sufren”.
Una
de las cosas que más le duelen en Madagascar “es la inercia y la fatalidad de
los responsables políticos que no hacen lo necesario para las familias con
numerosos hijos, y no trabajan por el desarrollo de su pueblo. Sus compatriotas
viven abandonados, y sin ningún derecho, algo que debería tener todo ser
humano”.
Ante
la pregunta sobre “pobreza cero” del periodista, el padre indica: “No creo que
sea una utopía la pobreza cero, porque tenemos todos los medios técnicos, los
más sofisticados, para dar de comer a todos los niños en la Tierra. En
realidad, ya deberíamos haber resuelto y vencido el hambre en el mundo. Nos
falta sólo la voluntad y la generosidad”. Habló también sobre las enfermedades
que podrían sanarse y sobre el agua potable, “pero para llegar a eso tendríamos
que ser más humanos, menos egoístas, más solidarios y más sobrios en la
utilización de las materias primas de nuestra Tierra en favor de todos”.
Opeka
opinó que “toda experiencia humana vivida con respeto y amor se puede adaptar a
todas las realidades y situaciones donde viven seres humanos sobre nuestra
Tierra. Debemos aceptar que toda persona humana es diferente, que tiene su
historia, su cultura, su mentalidad y su manera de ser particular. Debemos
adaptarnos a todas esas realidades humanas tan distintas, y a partir de ahí,
llegar al corazón de la gente con la cual nos toca vivir y trabajar”.
En
relación a la pandemia, opinó que “puede ser una prueba que haga despertar y
bascular la humanidad entera. Comprender que vivimos no solo para ser
consumidores sino ser hermanos y solidarios unos de otros. Y millones de
jóvenes tienen ese ideal en todos los países del mundo. Ellos son la sal de la
Tierra, la luz del mundo”.
Al
comenzar el 2021, le entristece la cantidad de niños pobres que hay en el
mundo, y dedica un mensaje especial para ellos: “Todos los niños son iguales en
dignidad y en derechos. La niñez es la época más hermosa de nuestra vida porque
somos sinceros, humildes, auténticos y siempre listos ayudar y tener confianza
en los demás. De pequeños creemos con simplicidad, y sin esperar
agradecimientos, ayudamos con amor”.
“Le
diría al niño que nunca pierdan su alma, su sinceridad y su confianza. La vida
continua, no se detiene nunca, con lo bueno y lo malo, y ya ahora piensen en
los demás, en ayudar y en compartir. Les diría también que los niños nos dan la
voluntad y el coraje de luchar por un mundo mejor y más justo, que se prepara
para ustedes, y que ustedes los niños más tarde a su vez tendrán que hacer lo
mismo por los que los sucederán. La vida es un paso sobre esta Tierra, y su
sentido es de nunca perder la fe, y la esperanza, y que el amor es posible y el
perdón también”.
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